El Campesino y su
Cavallo
Al atardecer, subimos al picacho de una montaña. Desde
la cumbre divisamos un largo valle. Habíamos tardado una hora en subir, pero podríamos
bajar en diez minutos.
Todos nos ajustamos bien los cinturones y aligeramos nuestras
mochilas.
Llegamos al pie de la montaña en el momento mismo que
un campesino venia tirando su caballo de la brida.
Antes que pudiéramos ver si era un joven o un anciano
y, antes que él mismo pudiera vernos bien, soltó la brida y echó a correr.
¿Que había sucedido?
¿Por qué a nuestra vista un campesino abandonaba su caballo y huía? ¡Era
Sorprendente! ¡Jamás nos había pasado
nada semejante!
Entre nosotros había un muchacho de Guangdung, al que
llamábamos Guang. Corrió, gritando:
- ¡Eh, compañero!
Sin siquiera volver la cabeza, el campesino corrió,
aún más rápido, Guang siguió tras él. En un abrir y cerrar de ojos
desaparecieron.
Cuando ya estábamos en el valle, Guang regreso
jadeando:
- ¿Que les pasa a los campesinos de aquí? Parece que
temen a nuestro Ejército de Liberación. Casi lo alcance, pero trepó por una
montaña e se esfumó, nos dijo Guang.
El comandante sacudió la cabeza.
- No, no es eso. Las tropas del Kuomintang lo han asustado
hasta dejarlo fuera de juicio. No nos vio bien y nos tomó por el Kuomintang.
Luego ordenó a Guang que esperara ahí con el caballo,
porque seguro que el campesino volvería por él. Cuando entregara el caballo,
debía unirse a nosotros.
Guang condujo el caballo a un lado del camino. Le
alisó las crines y le palmoteó el cuello. Parecía quererle mucho. Nosotros proseguimos
nuestra marcha.
Después de media hora de camino nos detuvimos en una
aldea. Estaba ya casi obscuro, pero queríamos cubrir otras seis o siete millas.
Mientras bebíamos agua nos preguntábamos: ¿Por qué no
habrá regresado Guang? ?Volverá el campesino en busca de su caballo?
Si no. ¿qué hará Guang?
Fue entonces cuando Guang regresó, todavía con el
caballo de la rienda.
Preció que decía algo.
El comandante cogió las riendas y palmoteó al caballo,
diciendo a Guang:
- Camarada, usted sabe que el Ejército de Liberación
no toma nada perteneciente al pueblo, ni siquiera una hebra de hilo. Es muy
malo apoderarse del caballo de un campesino.
- Regresó por el caballo y yo se lo di – dice Guang –
Pero él se había torcido un pie al subir la montaña y no puede caminar rápido.
Por esto yo le traigo el caballo. Ya lo verá, llegará pronto.
Era verdad. El campesino llegó. Era un hombre de unos
cincuenta años. Lo recibimos con gran júbilo.
Tomo el caballo y estrechó las manos a Guang dándole
las gracias. Guang no sabía para donde mirar, al fin dijo:
- El comandante me lo ordenó. El Presidente Mao dice
que así debemos hacerlo.
El campesino se acercó al comandante y también le
estrechó la mano:
- Usted iba en otra dirección, compañero – dice el
comandante - ¿A qué se debe que haya vuelto?
- Iba a esconderme en el valle – respondió el
campesino, porque esas tropas del Kuomintang son unos asesinos, hacen las
mayores barbaridades. Pero ahora el Ejército de Liberación está aquí. ¡No hace
falta huir!
Al decir esto las lágrimas corrían por sus mejillas.
Sin embargo, a pesar de la obscuridad vimos que también ancha sonrisa florecía
en su rostro.
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